En aquellos días, Pablo y Bernabé desde Perge pasaron a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y se sentaron. Cuando se disolvió la reunión, muchos judíos y prosélitos practicantes seguían a Pablo y a Bernabé, los cuales hablaban con ellos exhortándolos a ser fieles a la gracia de Dios.
El sábado siguiente casi toda la ciudad acudió a escuchar la palabra de Dios. Los judíos, al ver tanta gente, se enfurecieron y se opusieron con blasfemias a lo que Pablo decía. Entonces Pablo y Bernabé dijeron con toda libertad: «A vosotros había que anunciar antes que a nadie la palabra de Dios; pero ya que la rechazáis y no os juzgáis dignos de la vida eterna, nos vamos a los paganos. Así nos lo mandó el Señor: Te he puesto como luz de las naciones, para que lleves la salvación hasta el fin de la tierra».
Los paganos, al oírlo, se llenaron de alegría y aplaudieron la palabra del Señor; y todos los que estaban destinados a la vida eterna abrazaron la fe.
La palabra del Señor se difundía por todo el país. Pero los judíos soliviantaron a las mujeres religiosas y nobles y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los echaron de su territorio. Éstos sacudieron el polvo de sus pies contra ellos y se fueron a Iconio. Y los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo.
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